El Ghoul.
The Ghoul, Clark Ashton Smith (1893-1961)
Durante
el reinado del califa
Vathek, un joven de buena familia y reputación, llamado Noureddin
Hassan, fue conducido ante el Cadi Alimed ben Becar de Bassorah. Pero
Noureddin era un joven atractivo, de mente abierta y aspecto gentil; y
grande fue el asombro del Cadi y de los demás presentes cuando
escucharon los cargos que se habían elevado contra él. Estaba acusado de
haber asesinado a siete personas, una a una, en siete noches sucesivas,
y de haber abandonado los cadáveres en un cementerio próximo a
Bassorah, donde fueron encontrados tendidos, con sus miembros devorados
de un modo espantoso, como por chacales. En cuanto a la gente que se
suponía que había matado, tres eran mujeres, dos mercaderes errantes,
uno un mendigo, y otro un sepulturero.
Abmed ben Becar estaba
henchido por los conocimientos y la sabiduría de honorables años, y
poseía además una gran perspicacia. Pero estaba profundamente perplejo
por la extrañeza y atrocidad de aquellos crímenes y por el apacible
comportamiento y aparente buena casta de Noureddin Hassan, que no
casaban en modo alguno con los crímenes. Escuchó en silencio el
testimonio de los testigos que habían visto, en la víspera, a Noureddin
transportar sobre sus hombros el cuerpo de una mujer hacia el
cementerio; y otros que, en similares ocasiones, le habían observado
rondar por el vecindario a horas indecorosas a las que sólo los ladrones
y asesinos merodean. Entonces, habiendo considerado todo aquello,
interrogó al joven con amabilidad.
"Noureddin Hassan," le dijo,
"Habéis sido acusado de unos crímenes que exceden lo obsceno, y que
contradicen vuestro porte y linaje. ¿Existe una explicación a estos
sucedidos con la cual deseéis exculparos, o en alguna medida mitigar
estos hechos, en caso de que seáis culpable? Os conmino a contarme la
verdad en este asunto."
Ahora, Noureddin Hassan se alzó ante el
Cadi; y el peso de su vergüenza y pesar eran visibles en su semblante.
"Ay de mí, Oh Cadi," contestó, "pues los cargos que han sido presentados
contra mí son, en verdad, ciertos. Fui yo, y ningún otro, quien mató a
aquella gente; y no puedo ofrecer atenuante alguno a mis actos." El Cadi
quedó aturdido y entristecido al escuchar esta respuesta. "Debo, por
fuerza, creeros," dijo severamente. "Pero habéis confesado una cosa que
hará de vuestro nombre, de ahora en adelante, una abominación ante los
oídos y las bocas de los hombres. Os ordeno que me digáis por qué fueron
cometidos esos crímenes, y qué ofensas os habían infringido esas
personas, o qué daño os habían hecho; o si quizás les matásteis por
dinero, como un ratero común."
"Ni ofensa ni daño alguno me
causaron," replicó Noureddin. "Y no les maté por dinero, posesiones o
apariencia, pues no tengo necesidad de tales cosas, y, aparte de eso,
siempre he sido un hombre honesto." "Entonces," gritó Ahmed ben Becar,
altamente intrigado, "¿Cual fue la razón, si no fue ninguna de esas?"
Ahora, el rostro de Noureddin Hassan acusó un mayor pesar; e inclinó la
cabeza de una manera avergonzada que revelaba su profundo
remordimiento. Y permaneciendo así ante el Cadi, narró su historia: "Los
reversos de la fortuna, Oh Cadi, son rápidos y penosos, y van más allá
de las posibles advertencias del hombre. ¡Ay! Hará menos de quince días
era yo el más feliz y el menos culpable de los mortales, sin pensamiento
alguno de hacer daño a nadie. Estaba casado con Amina, la hija del
mercader de joyas Aboul Cogia; y la amaba tan profundamente como ella, a
su vez me amaba a mi; y además preparábamos, por aquel tiempo, el
nacimiento e nuestro primer hijo. Yo había heredado de mi padre una rica
hacienda y muchos esclavos; los pesares de la vida eran mera luz sobre
mis hombros; y tenía, a todas luces, todas las razones para contarme a
mi mismo entre aquellos que Alá ha bendecido, con un anticipo del
paraiso en la tierra.
Juzga, entonces, la excesiva naturaleza de
mi desgracia cuando Amina murió en el momento de dar a luz. Desde ese
momento, en el terrible extremo de mi lamento, fui como alguien privado
de luz y conocimiento; fui sordo a todos aquellos que desearon
consolarme, y ciego a sus amistosos servicios. Tras enterrar a Amina mi
pesar se tornó verdadera locura, y vagué de noche, hacia su tumba del
cementerio cercano a Bassorah y me arrojé al suelo, postrándome ante la
lápida recién escrita, sobre la tierra que había sido removida ese mismo
día. Mis sentidos me abandonaron, y no supe cuánto tiempo había estado
sobre el húmedo barro bajo los cipreses, mientras el haz de una luna
decreciente se alzaba en el cielo.
Entonces, en mi estupor y
abandono, escuché una terrible voz que me impelió a levantarme del suelo
en el que me hallaba tendido. Y elevando un poco mi cabeza, vi un
espantoso demonio de gigantesca frame y estatura, con ojos de fuego
escarlata bajo una frente tosca como una raiz embrollada, y colmillos
que sobresalían de una cavernosa boca, y dientes negros, como la tierra,
más largos y afilados que los de la hiena. Y el demonio me dijo: "Soy
un ghoul, y es mi oficio devorar los cuerpos de los muertos. He venido
ahora a reclamar el cadáver que ha sido enterrado hoy bajo el suelo
sobre el que yaces de ese modo tan grosero. Vete, pues no he llantado
desde ayer por la noche, y estoy muy hambriento."
Fue entonces, a
la vista de este demonio, ante el sonido de su terrorífica voz, y ante
el aún más terrorífico significado de sus palabras, que estuve a punto
de desmayarme de terror sobre el frío barro. Pero me recuperé de algún
modo, y encarándome a él, le dije: "Olvidad esta tumba, os lo imploro;
pues la que yace enterrada en su interior, es más querida para mi que
cualquier otro mortal viviente; y no desearía que su hermoso cuerpo
fuera el sustento de un sucio demonio como vos."
En este punto
el ghoul se enfadó, y pensé que podría hacerme algún daño físico. Pero
de nuevo me encaré a él, invocando a Alá y Mahoma con muchos solemnes
juramentos de que le garantizaría algo comestible y le haría cualquier
favor que estuviera en manos de un hombre realizar, si dejaba intacta la
recién cavada tumba de Amina. Y el ghoul se apaciguó de alguna manera, y
dijo: "Si deseáis, de hecho, hacerme un cierto servicio, haré lo que
habéis pedido." Y yo contesté:
"No hay servicio, sea cual sea su
naturaleza, que no hiciera yo por vos, por esta causa; y os ruego que me
digáis vuestros deseos."
Dijo entonces el ghoul: "Esto es: que
me traigáis cada noche, durante ocho noches sucesivas, el cuerpo de
alguien a quien halláis matado por vuestra propia mano. Haced esto, y ni
devoraré ni desenterraré el cuerpo que yace enterrado allí abajo." Fui
embargado entonces por el más absoluto horror y desesperación, pues me
había comprometido por mi honor a garantizar al ghoul su espantosa
petición. Y le supliqué que cambiase los términos de nuestro pacto,
diciendole:
"¿Os es necesario, oh comedor de cadáveres, que los
cuerpos sean los de gente a quién yo mismo haya matado?" Y el ghoul
dijo: "Si, pues los demás serían como mi comida habitual, o la de
cualquiera de mi clase. Os conmino por la promesa que me habéis dado, a
que vengáis aquí mañana por la noche, cuando la oscuridad ha caído por
completo, o poco despues, según podáis, trayéndome el primero de los
ocho cuerpos."
Diciendo esto, se alejó entre los cipreses, y
comenzó a cavar en otra tumba reciente a poca distancia de la de Amina.
Abandoné el cementerio en un estado de mayor angustia que cuando entré,
pensando en lo que tendría que hacer para cumplir mi maldita promesa,
para preservar el cuerpo de Amina, de ese demonio. No sé cómo sobreviví
al día siguiente, abrumado como estaba entre el pesar por la muerte y mi
horror por la noche venidera, con su repugnante tarea. Cuando la
oscuridad hubo descendido, salí a acechar en una solitaria carretera
cercana al cementerio; y esperando allí, entre las largas ramas de los
árboles, asesiné al primer caminante con una espada y transporté su
cuerpo al punto acordado con el ghoul. Y cada noche siguiente, durante
seis noches más, regresé al mismo lugar y repetí este hecho, matando
siempre al primero que venía, ya fuera hombre o mujer, o mercader o
mendigo o enterrador. Y el ghoul me esperaba en cada ocasión, y
comenzaba a devorar a su provender en mi presencia, con un breve
agradecimiento y escasa ceremonia. Siete personas maté en total, hasta
que sólo una faltaba para completar el número acoradado; y la persona
que maté anoche fue una mujer, tal como el testigo ha narrado. Todo esto
lo hice con la mayor repugnancia y rechazo, y sostenido únicamenente
por el recuerdo de mi palabra dada, y por el destino que caería sobre el
cuerpo de Amina si yo rompiera el trato.
Esta, Oh Cadi, es toda
mi historia. ¡Ay de mi! Pues de estos lamentables crímenes no me he
beneficiado, y he fallado por completo en mantener mi acuerdo con el
demonio, que sin duda esta noche, consumirá el cuerpo de Amina en lugar
del otro cuerpo que aún necesitaba. Me resigno a vuestro juicio, Oh
Ahmed ben Becar, y no os imploro más piedad que la muerte, con la que
terminaré tanto mi pesar como mi remordimiento." Cuando Noureddin Hassan
hubo terminado su narración, el asombro de todos los que lo habían
escuchado fue verdaderamente incrementado, pues nadie recordaba haber
escuchado un relato más extraño. Y el Cadi reflexionó un largo rato y
entonces adoptó una decisión, diciendo:
"Debo por fuerza
maravillarme de vuestro relato, pero los crímenes que habéis cometido no
son por ello menos atroces, y el mismo Iblis retrocedería horrorizado
ante ellos. Por otra parte, debería tenerse en cuenta el hecho de que le
dísteis vuestra palabra al ghoul y los hechos fueron consumados para
cumplir su demanda, sin importar lo horrible de su maturaleza. Y tengo
además en consideración vuestro pesar de esposo, que os impelió a
defender del demonio, el cuerpo de vuestra mujer. Por ello, no puedo
juzgaros culpable, aunque sé que el castigo que sería apropiado en un
caso tan atroz, no tendría parangón. Por lo tanto, os dejo libre, con
esta orden, que expieis vuestros crímenes de la manera que mejor
consideréis, y que apliquéis la justicia a vos mismo y a otros, en la
medida de lo posible."
"Os agradezco vuestra piedad," replicó
Noureddin Hassan; y entonces se partió de la corte ante el gran asombro
de todos los presentes. Se produjo un gran debate en cuanto se hubo ido,
y muchos estaban prestos a cuestionar la sabiduría de la decisión del
Cadi. Había quienes mantenían que Noureddin debería haber sido
sentenciado a muerte sin demora por sus abominables actos aunque otros
argüían sobre la santidad de su palabra dada al ghoul, que le exculpaba
del todo, o en parte. Y se contaron historias y se citaron casos
concernientes a los hábitos de los ghules y las extrañas obligaciones de
los hombres que habían sorprendido a dichos demonios en sus búsquedas
nocturnas. Y de nuevo la discusión retornó a Noureddin, y el veredicto
del Cadi fue de nuevo atacado y defendido con distintos argumentos. Pero
ante todo aquello, Ahmed ben Becar permaneció en silencio, diciendo
unicamente:
"Esperad, pues este hombre rendirá justicia ante sí
mismo y ante los demás implicados, tan pronto como le sea posible." Y,
de hecho, así ocurrió, pues a la mañana del siguiente día, otro cuerpo
fue encontrado en el cementerio cerca de Bassorah, yaciendo medio
devorado sobre la tumba de la mujer de Noureddin Hassan, Amina. Y el
cuerpo era el de Noureddin, que se acuchilló a sí mismo, para, no sólo
cumplir de este modo la orden del Cadi sino para, también, mantener su
promesa con el ghoul proveyéndole del numero acordado de cadáveres.
Clark Ashton Smith
(1893-1961)
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