Mejor les hubiera sido el olvido
Y la negativa a su venida al mundo.
Mejor hubiera sido el extravío de su concepción
Y que aquel, su día, se lo hubiera tragado la noche.
Y mejor también que aquella mismísima noche
Hubiera ido engullida por la suprema tiniebla.
Mejor les hubiera sido el no nacer
Y que sus dioses les hubieran escondido
En lo más recóndito de su pedestre regazo.
Mejor les hubiera sido desaparecer
Con la traición del primer resplandor
Y con su estúpida limpidez.
Que su miasma no vuelva a insultar
La extremada omnipotencia de la Nada
Y el magno caos de las sombras.
Que la nublazón se cierna sobre su mente
Y les estremezca un eclipse negro
En cada una de sus moléculas.
Que aquella osadía se les haga lúgubre remembranza
Y que les sean impenetrables los clamores de piedad
Y que se les maldigan todas y cada una de sus misericordias.
Que les maldigan las maldiciones malditas de todos los malditos
Y que despierten mil demonios para sujetarles de los intestinos
Mientras el Amo y Señor les provoca todas las heridas aún desconocidas.
Que proceda el Devorador de sueños y Señor de los Cuervos
Y masacre a toda esta aldehuela de forjadores de luces
y sembradores de putrefactas cosas violetas, azules o rosas.
Yo prepararé las mesas de sacrificio…
Y tal vez, inmundo, cismático y sacrílego
Hinque en alguna que otra garganta cercenada
O bien mis garras, o bien estos malévolos colmillos.
La Bacanal entre mortales y redivivos siempre me sienta bien.

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