En
los archivos del Santo Oficio se conserva una extraña leyenda en torno
a una pintura sobre la crucifixión de Jesús. Acaso podría argumentarse
que la iglesia siempre a urdido misterios en relación a sus reliquias;
pero en este caso, el carácter de la obra es más bien ambiguo, ya que
por un lado se trataría de la versión más fiel de la Pasión de
Jesucristo, lo que la convierte en uno de los tesoros más enormes de la
Cristiandad, pero por otro lado se encuentra el autor de la obra, nada
menos que Satán.
La historia se hace pública a
través de Montague Summers (1880-1948), sacerdote católico y autor de
la famosa "The History of Witchcraft and Demonology".
Un
joven de la siempre misteriosa Praga, amante de los excesos y las
pasiones más aberrantes, consume sus horas en vanos intentos de
alcanzar la maestría en el arte pictórico. Las noches se hacían
amaneceres sin reflejar en el lienzo ninguno de los fantasmas que su
alma veía con diáfana claridad, pero que la falta de talento impedía
trasformar en arte.
Sumido en oscuros
pensamientos y con un corazón inclinado a la más abyecta impiedad, el
joven resuelve encomendarse a la tutela del Señor de los Infiernos, y
durante largas y tortuosas semanas dirige su mórbida voluntad en
hacerse digno de convocar a Satanás.
En una sombría tarde de noviembre el Diablo escucha a su ferviente devoto, y el pacto es firmado.
Acaso
lo más curioso es el pedido que el joven realiza a cambio de su alma.
El mito del pacto satánico es de amplia difusión a través de la edad
media, e inmortalizado por las plumas más lúcidas de Europa. Casi
siempre las dádivas que Satán ofrece a sus amados réprobos consisten en
bienes materiales, venganza, y en gran medida, el amor de una
indiferente dama; pero en nuestra historia el pedido es distinto; tal
vez el único de ésta naturaleza.
El joven aceptó
brindar su alma al eterno tormento, pero antes le preguntó a Satán si
había estado presente en el momento del Calvario. El demonio respondió
afirmativamente.
El pacto se selló, con alguna
reticencia por parte del Maligno, o al menos así lo comenta Summers, ya
que lo que el joven quería era una pintura, dibujada por la mano del
ángel caído, que representase fielmente el momento de la Crucifixión.
No sabemos si el demonio se sorprendió.
Se
dice que la pintura fue hecha en dos horas. Cuando finalmente le fue
entregada al joven, este se estremeció al contemplar las huellas de la
Pasión. El cuerpo mutilado y sangrante de Jesús estaba inmóvil en la
cruz, y sin embargo unos ojos vivos y ardientes parecían resplandecer
iluminando el cuarto. Arrebatado por la sublime visión, el joven cayó
de rodillas e imploró clemencia. Extasiado y temeroso clamó a Dios por
el perdón de su alma.
l arrepentido nigromante,
para ganar la absolución por una culpa tan atroz, se confesó ante un
párroco que la historia ha olvidado, y fue obligado a recurrir ante el
Cardenal Penitenciario, y la pintura fue puesta en las prudentes manos
del Santo Oficio.
Más adelante se cuenta que el
príncipe Barberini obtuvo el permiso para que se hiciera una copia
exacta de la pintura. Verdadera o no, la copia fué expuesta al público
en la iglesia Santa María de la Concezione.
Del cuadro no se conoce ni su ubicación ni su autenticidad.
La
leyenda vela sus misterios a los curiosos y a los profanos. Siendo
poseedor de éstas dos cualidades, lamento no poder contemplar el fruto
de tan extraño artista.
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