Alguien puede decir que no cree en fantasmas,
pero nadie puede decir que nunca les haya temido
Al
contrario de lo que sucede con los espíritus escépticos, yo suelo tener
la mente muy abierta, ya que considero que cualquier cosa es posible,
aún aquellas que desafían la razón más prosaica. No siento que esto sea
una desventaja, al contrario: sentir un vivo horror ante la posibilidad
de contemplar a un fantasma es una experiencia que todos compartimos,
la diferencia es que algunos no tememos confesarlo.
En
mi caso, y debido a mi deplorable condición mental, siempre tuve una
imaginación exaltada, casi febril; por lo que no me costaba demasiado
ver cosas allí donde quizas no había nada. Digo esto porque en el
siguiente video, las imágenes de fantasmas dejan muy poco a la
imaginación, y mucho a la honesta sospecha.
Pero
de todos modos, yo estoy aquí, confortablemente sentado frente a la
pantalla, ajeno a los avatares de espectros y aparecidos; y sin
embargo, es difícil no sentir un escalofrío al pensar que tal vez no
estoy solo; que quizás, en aquel rincón poco iluminado se agita una
voluntad fría como la tumba; que tal vez no sea el viento el que juega
con las cortinas.
Y tu, sentado en la oscuridad o
en medio de la monótona realidad diurna, ¿podrías asegurar que ese
crujido en la escalera no suena como la promesa de horribles tormentos?
¿Estarías dispuesto a jurar que el aliento helado que acaricia tu
rostro cuando reposas es sólo la brisa nocturna?
Yo no.
Esta
entrada va dedicada a cierto amigo, fraternal compañero de hospicio y
alucinógenos, quien solía afirmar que podía ver el rostro de una pálida
joven asomándose encima de mi hombro. De más está decir que nunca he
contemplado a la discreta aparición que me acompaña, aunque sí creo
haberla oído alguna vez, hace mucho, disertar largamente sobre lo
enojoso de la vida de ultratumba.
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