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La Musica de los Vampiros


 
Un grupo de vampiros llega a una taberna de Nueva Orlèans;
su líder deja embarazada a una chica, quien morirá al dar a luz.
El bebé es adoptado por una familia normal, y al llegar a la adolescencia
emprende un viaje con su mejor amigo, pasando por sexo, rock y alcohol,
para conocer el origen de sus extraños sueños y sentimientos.
 
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Feliz Año 2011




Lamento la tardanza pero me encotraba de viaje, Mundo de Vampiros les desea a todos un sangriento 2011, esperamos logren todos sus objetivos, aprovechamos esta oportunidad para agradacer a todos por preferinos entre otros blog
 




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Lo he vuelto ha hacer



Lo había vuelto a hacer.


Estaba en una casa conocida, la casa que llevaba habitando los últimos siete meses. Era Navidad, y se notaba en los adornos. En el salón, donde estaba, había un bonito árbol sintético adornado con luces brillantes que se encendían a una hora marcada por un temporizador. Además, tenía cintas brillantes alrededor y este año la familia había comprado nieve sintética para adornarlo más aún. Los colorines rojo, azul y amarillo daban un color acogedor a la casa. La mesa estaba repleta con dulces y pastelillos variados además de otras cosas para picar. El turrón no faltaba, desde luego. Los adornos Navideños estaban por toda la casa, caras y figuras de Papa Noel, figuras de arbolillos, bolas de aguinaldo por todos sitios e incluso un dibujo que el pequeño de la casa había dibujado en clase. Todos los muebles estaban adornados con algún detalle. Además, en el aparato de música habían puesto un CD de villancicos, comprado tiempo atrás, pero que cada año sacaban de la caja de los trastos navideños y volvían a poner para hacer más agradable el estar en la casa.

Todo parecía perfecto, más no lo era. El CD estada en el aparato de música, pero éste estaba parado y, salvo un espeso goteo, el silencio reinaba en el hogar. La comida de la mesa no sería probada por nadie, las figuras eran un recuerdo triste de la época en que estaban, y el dibujo del pequeño Mickey tenía un manchón que cubría la figura de Papa Noel, cargado de regalos, en su carro tirado por Rudolf. Mickey no había conseguido, si bien lo había intentado, un color que reluciera para la nariz de Rudolf. Pero ahora la sangre que empapaba el dibujo la hacía brillar de tal forma, que eclipsaba los ojos apagados y muertos de Mickey.

Las sillas estaban tiradas por el piso, igual que los cuerpos de la familia. La mesa se había librado debido a que estaba junto a la pared. Normalmente se colocaba en el centro del salón, pero debido al ajetreo de esa noche,

Lisa había decidido apartarla para tener más espacio, además, así no la moverían Mickey y Angie al ir a coger pasteles y dulces. Ahora Angie, de tres años, y el cuerpo de su hermano de cinco estaban tirados en el piso.

Lisa estaba en la puerta del salón, con la cabeza aplastada contra el marco y su preciosa cabellera rubia manchada de sangre, y Paul, el padre, estaba enfrente de la misma con el pecho abierto en canal.

Él estaba sentado en la única silla que quedaba en pié, al lado de la ventana que daba a la calle. Entre las manos tenía la cabeza de Mickey, cuyo goteo era el único sonido del interior de la casa, y la miraba con una mezcla de pena y furia mientras la peinaba con la mano. Pena por lo que había hecho, furia porque estaba mirando a su fracaso y este le devolvía la mirada desde los ojos muertos del niño.

Siete meses antes había llegado a la ciudad. Acababa de marcharse de Nueva York, de donde tenía buenos recuerdos empañados todos por el brusco final de su estancia en la ciudad. Llegaba con la esperanza de encontrar un nuevo hogar, y lo había encontrado en los barrios residenciales.

La primera noche que los vio estaban llegando a la casa. Parecía que llegaban de una fiesta, la pequeña Angie estaba dormida en los brazos de su madre, y si bien Mickey estaba despierto, se hacía el dormido para que su padre lo llevase hasta su cama. Cuando todos hubieron entrado en la casa, él se acercó. Estuvo espiándoles, vio a Paul y a Lisa subir las escaleras, bajar de nuevo sin los niños, besarse y sonreírse como si estuvieran de noviazgo…

Lisa parecía encantada con la vida de casada, y Paul también, aunque algo cansado. Ya entonces lo había visto, pero cerró los ojos. Suponía que Lisa también, o eso o estaba tan bien que no lo notaba.

A partir de entonces estuvo espiándoles todas las noches. Se coló en la casa, cosa no muy difícil cuando eras un Condenado de su estirpe. Se buscó un lugar dentro donde poder dormir durante el día, el sótano estaba bien ya que Paul apenas tenía tiempo o ganas de trabajar con las herramientas que guardaba allí, y por las noches salía de su escondrijo para interesarse por la vida de su familia.

Así los consideraba, su familia. Se pasaba las noches mirando a Angie y a Mickey embobado, buscaba cualquier cosa que perdían y lo dejaba en sitios visibles (Mickey decía que había un duende que cuidaba de sus cosas), gozaba cuando Lisa y Paul se ponían románticos, e incluso llegó a rebuscar entre las fotos de familia y a tratar de imaginar cómo fue esa época de su vida. Lisa tenía la costumbre de cerrar todas las puertas de la casa, excepto los de los dormitorios y el cuarto de baño, cuando salían todos juntos o era de noche. Aquello dificultaba un poco sus paseos nocturnos, pero debido a que no solía pasear más que por los cuartos y su habilidad para deslizarse por cualquier parte no solía ser mucho problema. Cuando tenía que alimentarse, siempre procuraba hacerlo de manera que hiciera el menor daño posible a cada uno. Y si bien alguna vez habían estado algo enfermos por su culpa, siempre había sido algo leve. Cualquiera que hubiera tratado de hacerles daño tendría que pasar por encima suyo.

Todo fue bien durante cinco meses, después empezaron los problemas. A pesar de todo, no vinieron de fuera, sino de dentro. Paul apenas intentaba estar con la familia y parecía tener todo el tiempo ocupado con su trabajo, y Lisa empezó a bajar de su nube para darse cuenta de que algo no iba bien. Los niños vivían en su mundo, demasiado pequeños tal vez para darse cuenta de algo. Paul llegaba cada vez más tarde, y al cabo de un mes, Lisa empezó a dejar de esperarle despierta. Al sexto mes, Paul empezó a pasar algunas noches fuera. A la semana de hacerlo él le siguió, aprovechando que había ido a cenar a la casa, al parecer para tratar de que los niños le vieran en ella. Cuando Paul arrancó, él ya estaba dentro del coche. Cuando aparcó y salió, él salió también. Paul se asustó al ver salir de su coche un murciélago, pero luego se atusó el cabello castaño, rebuscó dentro por si había algún otro bicho, y dejó el coche aparcado para dirigirse a un edificio de apartamentos.

Estaban lejos de la zona residencial desde luego, y no parecía que en el edificio fuera el sitio donde iba a trabajar un abogado. Paul entró en el edificio y directamente se fue a un apartamento concreto, ya había estado antes. Por lo que pudo ver, una mujer en camisón le abrió la puerta y le dejó pasar sin decir nada. Podía haber entrado en la habitación, pero no lo hizo. Esperó y esperó hasta que, dos horas y media más tarde, Paul salió y se dirigió al coche. Sintió deseos de haber entrado en el lugar, de haberle echado en cara el daño que le hacía a su esposa, del daño que estaba haciéndole a sus hijos. Y del daño que le hacía a él. Era su familia, hubiera hecho cualquier cosa por ellos, por protegerlos, y él pagaba a su fiel esposa de esa manera. No, no lo iba a permitir.

No permitiría que destruyese todo lo que tenía solo por aquella ramera. Si la eliminaba, eliminaría el problema. Ella se había buscado el problema, liándose con un hombre casado. Se había acercado a la puerta y tocó de manera rápida y fuerte. Notaba la Bestia gruñendo, pidiéndole que destrozase la puerta sin necesidad de interludios.

Aunque pedía sangre, no era la necesidad, se había alimentado la noche antes, era la ira lo que la impulsaba, y con ella a él. Mientras esperaba pensaba en lo que perdería si no hacía algo, tratando de auto convencerse, debía de expulsarla de allí. Cuando ella abrió la puerta, manteniendo cautelosamente la cadenilla puesta en la puerta, la miró fijamente. Tenía puesto el mismo camisón que le había visto cuando Paul entró, era una mujer pequeña, voluptuosa y de pelo negro. De hecho, no era casi una mujer, debía de tener 19 años como mucho. Se lo quedó mirando y preguntó quién era. Cuando le dijo que le abriese la puerta, la chica se quedó quieta un instante, arqueando una ceja, y luego se dispuso a cerrar la puerta.

Entonces él volvió a hablar alzando la voz y el tono – “Abre” – y ella no pudo hacer más que lo que le dijo, fechando la puerta y quitando la cadenilla antes de abrirla de nuevo. Ella se quedó extrañada, preguntándose por que le había abierto a ese extraño. El piso era pequeño y no parecía desordenado, en una silla podía ver una chaqueta de instituto. Era eso por lo que Paul estaba dejando de lado a la familia, por una puta universitaria. Ella se echó a correr hacia una habitación, pero él fue más rápido. Al cruzar una puerta la agarró por el cuello y la empujó contra una pequeña mesa de la habitación contigua, golpeándose la cabeza y quedando inconsciente. Además, empezó a sangrar por el golpe con la mesilla. Luego miró la habitación, era el dormitorio. Al parecer había ido a encerrarse en el, probablemente para tratar de llamar a la policía desde el teléfono que tenía en la mesilla de noche.

Se quedó dudando unos instantes, pensando que hacer, hasta que finalmente había optado por hacer lo mejor para su familia. Lo quisiera Paul o no, la familia permanecería unida.

A ella la cogió y la llevó hasta el pequeño baño. Una vez allí, le metió la cabeza en la ducha y la asfixió tapándole la boca y la nariz. Ella al principio se movió poco. Luego respondió y despertó, tratando de gritar y dándole patadas para zafarse, pero su fuerza era demasiado grande y se había apoyado bien encima suya. Había recurrido a los pensamientos de su familia entonces, para hacerlo menos difícil. No era un asesino después de todo, o eso le gustaba pensar. A pesar de ello, no pudo apartar la mirada. Aún recordaba la mirada de la chica, terriblemente asustada, tratando de forcejear. Apenas le había dado tiempo a derramar unas lágrimas antes de morir.

Después la dejó ahí para que la sangre cayese por el desagüe. Había cogido la ropa de la chica, así como gran parte de sus cosas (que no eran muchas), y las había metido en varias bolsas de basura. Luego bajó a la calle y las tiró en sitios separados. El camión llegaría por la mañana y se llevaría todo.

Cuando había acabado, solo quedaba el cuerpo, unas mantas y el poco dinero que tenía. Dejaría algo en el piso, como pago, así el dueño no diría nada. El resto igual le servía más adelante. Luego cogió el cuerpo de la chica - pensaba que tal vez pudiera colocarlo de manera que pudiese meterlo en la bolsa- pero había tardado demasiado.

Tuvo que cortarlo en pedazos -no era la primera vez que hacía algo parecido, ya lo había hecho en una ocasión, pero esta era la primera que lo hacía él solo. En aquella ocasión, había sido con aquel que le había convertido en lo que era. Esa primera vez, se horrorizó no solo por el hecho, sino también por la calmada frialdad con que su sire llevaba a cabo el acto. Aquello le llevó tiempo, la sangre empezó a correr al mismo tiempo que él empezó a notar a la bestia presionarle. De repente lo vio todo rojo, todo era sangre. No pensaba con claridad… Se obligó a mover la cabeza, a mirar hacia arriba, a las paredes. Tuvo que estar un rato antes de que pudiese notar que lo que veía era blanco, estaba mirando al techo, con la cabeza ladeada. Entonces pudo retomar de nuevo su faena.

Cada poco tiempo tenía que volver a quitar la vista para poder pensar con claridad.

Acabó antes de que se le hiciera tarde y guardó los pedazos en una bolsa grande. Después, utilizando la cochambrosa escalera de incendios, salió a la calle con la bolsa a cuestas. Una vez fuera, y habiéndose deshecho de la bolsa en el alcantarillado, le resultó agradable el paseo nocturno. Con suerte, las ratas darían cuenta del cadáver y no tendría que preocuparse cuando encontrasen lo que pudiera quedar.

Esa noche lo había visto todo claro, lo había arreglado todo él solo. Había mantenido a su familia unida, y si bien guardaba alguna duda sobre el futuro comportamiento de Paul, lo acalló diciéndose que cuando viese que su amante se había marchado sin más, volvería en sí al respecto de cuidar de los suyos.

La cafetería estaba casi vacía. La gente solía estar a esas horas en su casa, con sus familias o amigos, pero siempre había alguien de camino, sin familia o amigos a los que visitar… o sin querer hacerlo.

Ese era el caso de Paul. Estaba en la mesa al lado de la ventana con su café humeante y su chaleco marrón apagado, húmedo por el frió de la calle. No llamaba mucho la atención en el local, una pequeña cafetería de una gasolinera con los mismos adornos de todos los años que indicaban que era Navidad, y solo su edad y el que no fuera obeso le diferenciaba de los otros dos clientes del local, un par de camioneros cincuentones. Su pelo rubio estaba revuelto y parecía preocupado. De hecho llevaba así las últimas tres semanas, tal vez pensando en su futuro, y en el de su mujer y sus hijos. Después de que su amante desapareciese sin más, y que él se viera incapaz de encontrarla, había seguido saliendo de casa por las noches. Al principio volvía al piso de esta, pero luego empezó a vagar sin más.

Él lo había seguido durante esas últimas noches, había supuesto que al principio seguiría saliendo, pero pensó que una vez se percatase de que ella no iba a volver simplemente volvería a casa a su vida normal. Ahora veía su error, Paul se distanciaba de la familia, pero no era solo culpa de aquella universitaria, sino también de Paul.

Fuera lo que fuese lo que le preocupaba, estaba dañando a la familia, a su familia. Esa noche había decidido terminar con el problema, lo averiguaría de boca del propio Paul o, si era él el problema, se desharía del mismo.

En eso último no había pensado demasiado, quería pensar que se trataba de algún problema económico, o de cualquier otro tipo, pero si tenía que eliminarlo y ocupar su lugar, lo haría. ¿Eso buscaba, ocupar su lugar? No, se dijo. Si pasaba algo sería culpa del propio Paul, como lo había sido la muerte de aquella chica. Al final decidió dejar de darle vueltas fuera de la cafetería y entrar.

Al principio Paul ni reparó en él, se pidió un café, pagó y se acercó a su misma mesa. Hasta que no dejó su tasa en la mesa Paul no levantó la mirada de su café.

- ¿Está ocupado? –

Paul se lo quedó mirando un instante, pero luego hizo un gesto negativo con la cabeza y volvió a centrarse en su café preparándose para bebérselo y marcharse antes de que pudiera empezar una conversación. A pesar de todo, una vez empezó a hablar de cosas insustanciales (el tiempo, el café, los últimos delitos en la zona) se le hizo difícil no compartir su opinión con él.

Al poco rato de la conversación salió el tema de la familia. Paul dijo que su mujer se había preocupado últimamente por su tardanza en llegar a casa, debido a la delincuencia, y él preguntó que si tenía familia que estaba haciendo allí en esa noche. Paul se quedó pensativo, él pensaba que lo había conseguido, Paul se daría cuenta de lo que estaba haciendo volvería a casa y todo volvería a ser como hace unos meses.

Entonces Paul se giró, levantó la mirada hacia la barra, y dijo en voz baja:

- Estoy pensando en separarme. –

Él había pensado que lo estaba haciendo bien hasta el momento, estaba nervioso, pero conseguía evitar que se le notase. Se había pensado muy bien cómo encarar el tema de manera que no se le notara demasiado el interés sobre él, y de repente todos sus esquemas se caían y no importaban. La posibilidad en que no había querido pensar había estallado delante de él sin más, sin que pudiera evitarlo. ¿Cómo podía Paul decir que pensaba dejar a Lisa? ¿Cómo podía dejarla después de lo que ella había hecho y hacía por él y los niños? ¿Acaso había pensado en ellos siquiera?

Paul había seguido hablando, pero él ya no se estaba enterando de lo que decía. Los pensamientos se le agolpaban y solo pensaba en que tenía que ser un error, que después de todo no podía pasar eso, y que era todo culpa de Paul.

- ¿Cómo puedes hacerle esto a Lisa? –

La pregunta le salió sin más, con voz ronca y baja, y pareció sorprenderse tanto él como Paul al escucharla.

Paul se levantó de la mesa, se le quedó mirando y le preguntó quién era, el intentó explicarse y acusarle a la vez, pero solo le salían balbuceos. Paul le preguntó que si estaba trabajando para Lisa al tiempo que elevaba la voz y empezaba a marcharse del local. Al intentar seguirle, uno de los dos cincuentones se le puso delante, cortándole el paso. Parecía estar diciéndole que se calmase, pero él estaba llamando a gritos a Paul que se marchaba y, al ver que le impedía llegar hasta este, le empujó tirándole encima de una de las mesas. El otro tipo de la barra fue a ayudar a su compañero mientras él salía a toda prisa, pero Paul ya había arrancado y no había podido detenerlo.

Después de alzar el vuelo, llegar a la casa antes que Paul fue fácil. Al llegar las luces estaban apagadas, así que Lisa y los chicos debían de haberse acostado. Al entrar sin hacer ruido la casa le pareció rara, pero no tenía tiempo de pensar en ello, debía pensar que decirle o hacer con Paul antes de que llegase y pusiera fin a todo lo que había sido su vida aquí. Tal vez eso era, todo eso se estaba acabando. No, se dijo, pondría fin a la vida de Paul antes de que este acabase con su familia. Él se encargaría luego de cuidar de Lisa y los niños. Sería difícil, pero podía hacer desaparecer a Paul, ya lo había hecho con aquella desgraciada universitaria. Si, cuando llegase, lo esperaría en la cocina, luego acabaría con él antes de que pudiera hacer ruido alguno y se lo llevaría de allí. Lisa ya empezaba a notar algo después de todo, seguro que imaginaba que había otra.

Cuando un coche aparcó en frente de la casa, él se preparó. Estaba dispuesto a acabar con el problema de una vez, esta vez sí que lo solucionaría todo. Cuando entró en la casa, se preparó para utilizar toda su fuerza en un solo golpe. Paul abrió la puerta, entró y cerró detrás de él algo molesto, aunque sin dar el golpe que, por un momento, temió que pudiese despertar a Lisa. Él estaba oculto dentro de un pequeño armario que tenían en la entrada, de manera que cuando Paul se fue directo al salón para subir desde allí a su habitación, quedó de espaldas a su asesino. No tenía intención de dejarle cruzar la puerta siquiera, pero algo en el último momento le dijo que había algo mal, algo en la casa.

Cuando Paul cogió la puerta, él dudó dándole tiempo a abrirla. Entonces justo cuando levantó la mano para acabar todo de una vez, se encendió la luz contigua. No había sido Paul, que se sobresaltó casi tanto como él, sino Lisa y los niños que estaban diciendo “Feliz Navidad” en el salón. Mickey y Angie se acercaron a su padre y le abrazaron agarrándole de las perneras del pantalón. Lisa en cambio se quedó extrañada mirándole a él. Paul sonrió a los niños, pero luego miró más serio a Lisa. Él no sabía dónde meterse, y cuando Paul se dio cuenta de que Lisa miraba detrás de él y se giró, y fuera de sí empezó a gritarle a él y a Lisa. Angie y Mickey se fueron con Lisa que los llamaba, pero él no se estaba enterando de lo que le estaba diciendo.

Todo había acabado, su error de esa noche le estaba costando su familia. ¿Cómo había llegado a esto? ¿Era culpa suya? No, él había hecho todo lo posible por que todo fuera bien en la familia, la familia que Paul se esforzaba en romper. ¿Era eso, culpa de Paul? ¿Debió acabar con él semanas antes? Ahora lo estaba estropeando todo, acusaba a Lisa, asustaba a los niños y le estaba empujando. No sabía que decir, los niños empezaron a llorar, Lisa decía que no le conocía y Paul le estaba insultando y volvía a empujarle…

Sangre, al final todo lo que le quedaba era sangre. Un enorme charco de sangre.

Lo había vuelto a hacer. Igual que la otra vez en Nueva York, aunque en esa ocasión, fuera culpa de otros.

Esta vez no estaba seguro de por qué había sido. Soltó la cabeza de Mickey que resbaló de sus manos y cayó con un sonido húmedo al piso, y miró a la calle por la ventana. Su reflejo le devolvía la mirada, el reflejo tenue que siempre aparece en los cristales, aunque ahora difícilmente podía empañarlos con su aliento o respiración. El coche de Paul seguía ahí quieto, las llaves estaban en el piso, las soltó en algún momento durante la pelea, “masacre más bien” pensó. Tal vez debería utilizarlas para marcharse de la ciudad, si otros se enteraban de lo sucedido podría meterse en problemas.

Pero no había sido su culpa, había hecho todo lo posible por que todo fuera bien, aunque a ellos de poco consuelo les valía ahora. La culpa había sido de Paul, pero había algo más, era también su culpa. Su culpa por no eliminar el verdadero problema antes. El verdadero problema era Paul, si no hubiera sido tan débil lo hubiera visto venir, podría haber ocupado su sitio sin muchos problemas una vez lo hubiera hecho desaparecer. Si lo hubiera hecho así, tal vez Lisa, Mickey y Angie estuvieran vivos. Se relajó un poco pensando en cómo podía haber sido aquello. Luego se levantó de la silla, recogió las llaves del coche, dio un beso de despedida a Lisa, Mickey y Angie y salió de la casa hacia el coche. Se secó la sangre de las manos en su chaqueta marrón, abrió la puerta y entró.

Una vez llegase a la salida de la ciudad, tal vez se le ocurriría hacia donde ir…







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